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Una ciudad, dos países
El 13 de agosto de 1961 marcará para siempre un antes y un después en la historia de Berlín y del mundo. Aquella madrugada el ejercito de la RDA, tanques incluidos, se puso en marcha hacia la frontera que separaba el sector soviético de Berlín del territorio de la República Federal. ¿Era este el tan temido ataque contra Berlín Occidental? ¿El casus belli tantas veces evitado que desembocará en la guerra abierta entre la URSS y los EE.UU? Sin embargo nada es lo que parece y antes de sobrepasar sus propias fronteras los tanques se detienen, y los soldados comienzan a cerrar los pasos entre sectores y a levantar alambradas. Es el germen del Muro de Berlín.
La construcción física de una frontera en forma de alambradas y muro en medio de la ciudad no era más que el final de una estrategia del Estado Mayor dirigida por un funcionario de la RDA desconocido hasta entonces en occidente, Erich Honecken, con el que se intenteva evitar que Berlín Oeste, con su situación tan excepcional, se convirtiera en coladero hacia Occidente. No en vano, durante los últimos 10 años se habían pasado a zona capitalista más de un millón y medio de personas de la RDA y de otros países bajo el influjo de la Unión Soviéticas, suponiendo según los dirigentes de la Alemania Oriental, un agujero por el que se desangraría la RDA.
El muro se convertiría así en el símbolo de toda una generación y de frontera física y palpable entre dos concepciones del mundo enfrentadas económica, ideológica y por supuesto militarmente. Para los berlineses el muro significaría mucho más, dividiría durante décadas a familias, amigos, historias de amor y en definitiva a toda una ciudad y a sus habitantes que vivirían una vida casi opuesta a la de sus conciudadanos de la otra parte. La vida, tanto en un lado como en el otro del muro se vería condicionada tanto en lo material como en lo personal por la larga sombra del muro.
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